Emma Martínez Jul 5, 2017
(05 de julio, 2017. Revolución TRESPUNTOCERO).- En Noxhitlán, Oaxaca, la voz entrecortada, el asomo de lágrimas o el que éstas rueden por el rostro, son características en común que se pueden observar en las familias de las víctimas y en ellas cuando recuerdan la forma en que les tocó sobrevivir la masacre de aquel 19 de junio de 2016.
Los hechos violentos perpetrados en Nochixtlán, marcaron la vida de más de un centenar de mujeres, hombres y menores de edad, donde el cuadro de muerte, violencia física y verbal conformaron la tercera masacre del sexenio de Enrique Peña Nieto y para los afectados, “la repetición del viejo PRI que opta por la opresión y los ataques armados”.
Aquella mañana, César Ángel Guzmán Juárez, un menor de edad de 17 años, que trabajaba y estudiaba, había llegado de una comunidad cercana a Nochixtlán, para laborar sin embargo el local al que iba se encontraba cerrado. La explicación podría haber llegado minutos después.
Mientras por los altavoces del pueblo se pedía ayuda para los maestros y quienes se encontraban haciendo frente a las fuerzas policíacas, la gente que se encontraba a su alrededor gritaba, lloraba y algunos más se desmayaban, describe el joven.
“Todos los que yo veía tenían una gran preocupación indescriptible, todo lo que reflejaban las personas en sus rostros es algo que jamás voy a poder olvidar”, declara en entrevista para Revolución TRESPUNTOCERO César Ángel Guzmán Juárez.
En su narración, indica “estaban solicitando Coca-Colas, toallas y gracias a Dios que llevaba un poquito de dinero, fui a comprar unas cuantas cocas y fui hasta adelante con los demás compañeros. Ahí comencé a echarles coca a los demás que ya no aguantaban el gas, o se estaban ahogando”.
Después de eso, César entró al panteón, uno de los lugares donde los actos de violencia también estaban siendo perpetrados. La idea del menor de edad era tomar algunas fotografías que evidenciaran los hechos violentos. “Y ahí fue donde me emboscaron, se dieron cuenta y me atraparon”.
“Me empezaron a golpear, aproximadamente más de 10 policías me tiraron al suelo, de inmediato comencé a sentir golpes en todas partes, en mi estómago, espalda, brazos, en mi cabeza, pies y además me abrieron la ceja y parte de la barbilla. También me dejaron como una referencia unas marcas en los nudillos de la mano lo que hizo que sangrara mucho y se me cubriera el brazo de sangre”.
César señala que mientras lo golpeaban también hubo insultos, “me decían maldito oaxaqueño, pinche come chapulines, pinche indio, pinche indígena, pinche huarachudo. Yo no entiendo porque me decían eso, ellos de dónde son, por qué me insultan así, de dónde vienen, yo solamente fui a defender a mi pueblo”.
Después de los golpes que duraron varios minutos, a César lo pusieron en pie y lo llevaron casi arrastrando a una patrulla, ahí lo revisaron y le quitaron el poco dinero que llevaba y el celular que guardaba las fotografías de los hechos.
El joven señala que al ver que no paraba de sangrar, lo llevaron con los paramédicos que ahí se encontraban y luego de revisarlo cocieron sus heridas. Después le dieron pastillas y lo trasladaron a Oaxaca, en la ambulancia.
César calcula que fue aproximadamente después de medio camino recorrido cuando se encontraron un retén de federales, quienes comenzaron a gritar: ‘¡Aquí viene un perro! ¡Aquí viene un perro, un desgraciado!’.
“Así comenzaron a alborotarse los federales, los de la ambulancia me dijeron que estuviera tranquilo, me pidieron que me hiciera el muerto o como si me sentiera muy mal, por lo que cerré mis ojos, pero no se la creían los federales y abrieron la puerta de atrás”, narra César.
Después de esto, uno de los federales subió y con la macana presionó con gran fuerza la pierna izquierda de la víctima, “el dolor ya me estaba ganando y me hizo reaccionar, por eso le dije ‘ya déjame’. Solamente se bajó y no dijo más, pero luego subió otro y me apuntó la pistola en la cabeza.
Y me dijo: ‘aquí te vas a quedar maldito indígena, aquí te vas a quedar hijo de tu chingada madre’, me decían de lo peor. Por eso cuando sentí el arma frente a mi cabeza, agarré mi rosario con mis dos manos y cerré los ojos. Todo se me olvidó y después de dos o tres minutos, uno de los paramédicos comenzó a preguntarme si estaba bien. ‘No te pasó nada, ya se fueron los policías’, me comentó”.
César comenzó a recuperarse un poco más, cuando estuvo dentro de un hospital de Oaxaca, una ciudad donde nunca antes había estado. Luego de limpiar sus heridas, además del rostro que lo tenía desangrado, le dieron ropa. Y mientras el personal se ocupaba de dos personas accidentadas, él decidió escapar.
La decisión la tomó luego que un paramédico le dijera que pronto llegaría un federal por él. “Ya saben los federales que estás aquí y van a venir por ti”, le dijeron, además de señalarle que de pasar ellos, “nada podían hacer”.
César salió del hospital corriendo, aunque no tenía ni remota idea hacia dónde ir pues era la primera vez que llegaba a dicha capital. Lo único que se le ocurrió fue ubicarse por medio del Cerro del Fortín, la sede de la Guelaguetza, fue así que, aun cuando tenía las piernas temblorosas y con dolor, caminó hacia una zona casi cercana de Nochixtlán, de nombre Vigueras.
“Ahí fue donde vi al primer caído. Vi casi de frente como lo mataron, yo estaba una distancia de tal vez 10 o 12 metros. La gente comenzó a gritar ‘¡está muerto!’ y no supe si seguir o regresar, ya no supe qué hacer. Si corría o ayudaba al compañero. Estaba en estado de shock”.
Sin embargo, en ese momento uno de los pobladores lo jaló para que corrieran hacia un lugar más seguro. Sin embargo, César estaba lejos de su familia y de la zona que sí conocía, se encontraba mareado y sufría un estado de pánico.
Aunque después lo trasladaron a un hotel, mientras localizaban a su familia, la víctima señala que tenía miedo y no pudo dormir en toda la noche, preocupado también por su familia y por el pueblo.
“Al siguiente día supe que el saldo de nuestro pueblo era de ocho muertos y más de cien heridos. Ha pasado un año y todavía no creo que haya pasado y esté vivo. Hoy hablé con mi madre y le pregunto qué habría pasado si me hubieran muerto”, cuestiona César con la voz entrecortada y los ojos con evidentes lágrimas.
“¿Qué habría sido de mí si me hubieran desaparecido? soy tan afortunado que no pasó. Dios me dio la segunda oportunidad y con todo lo que pasé él siempre estuvo a mi lado. Tuve fuerza y valor y seguir vivo y sigo en pie de lucha.
Ya que esto nunca se me va a olvidar. Debe haber justicia, hay ocho muertos y más de un centenar de heridos. Y seguimos sin verdad y sin castigo a los responsables”, puntualiza César.